24.3.08

24/3

El recuerdo de semejante fecha negra en la historia de nuestro país jamás dejará de existir. Eso es obvio, no es un anticipo. Es inevitable que volvamos sobre esos años, impresiona en el alma que el dolor no cese de aumentar (las conciencias toman más conciencia; los intereses cobran más víctimas). El aire está denso: flota por ahí una esperanza, el desengaño y la locura, prendas, fuegos y demás símbolos que claman por el “nunca más”, que es el frente visible hoy día del pesar que todos cargamos -entre culpa y descuido, entre los ideales y el miedo, entre las resoluciones y los resultados-, que se sostiene por palabras, imágenes y gritos desgarradores, provenientes de infiernos apenas visibles, no ignorados, encendidos por cráneos descarados.

Todo llega a ser demasiado complejo para cuando uno se proponga entender las cosas. Así sea inmediatamente al hecho o pasadas décadas. Los residuos que hoy tenemos por sociedad se fueron recomponiendo desordenadamente, y las posturas se multiplican. A los que gobiernan, no se le perdonaría que no den cuenta de esta fecha, y por eso es que la promueven, realizan actos y fundan emblemas históricos. Hay respaldos a políticas de Derechos Humanos desde arriba (no propias de una cultura ya arraigada, que se nos haya dejado desarrollar) actuales que se cifran en apoyos incondicionales a mandatarios en cualquier situación, mientras otros procuran respetar los lineamientos y darlos por sentado (se oponen políticamente, pero es innegable la necesidad de la memoria); otros entienden que estos actos son mera distracción para un problema que no ha cerrado definitivamente (y que nunca lo hará). Que los gobernantes mueven a la gente a movilizarse, pero que pueden y deben hacerse cargo de lo que están en condiciones de realizar y se niegan. Quiero saber porqué sucede esto, este es el porqué de siempre. Hay intereses, hay poder, hay imagen. Hay un mantenimiento de lo obtenido que buscará esquivamente elevarse por sobre todos los problemas, atendiendo sólo a lo imprescindible, ganando doblemente: su poder queda intacto, y lo incrementan. Ya sé, son unos hijos de puta. Hay juicios pendientes, hay culpables libres y aún los que siguen ejerciendo, hay sentencias que nunca se cumplen, desaparecidos.

Y a todo esto, los que denuncian desde el nivel aparentemente institucional también se dividen y caen en la inoperancia. Izquierda o derecha, la cuestión es que por sí mismos se tambalean al interior, se miden entre sí y se dan el gustito del juego político, pero no pretenden aglutinar los verdaderos motivos y atacar, se quejan de todo, quieren figurar. Algunas se disfrazan de talantes revolucionarios no correspondidos (incluso están los que se disfrazan de rebeldes, pero mojan en arreglos, pactan con aparatos prostituidos, etc.), otros llaman a actuar pero construyen sus propios castillos de sectas y burocracia. Las universidades son focos, los colegios secundarios también, los gremios y sindicatos, todos estamos tocados. Subjetividad, acción psicológica (intereses particulares), avaricia, odios innatos, los culpables, y también la sociedad podrida, que se le añaden capas y capas de barniz para que brille y se vea bien al reflejo del mundo, mientras como pueblo, al que nadie escapa, se muere de inacción, de estafa.

¿Seguirá el ritual año a año? Seguro, otra vez. Está la dignidad que se gana sólo cuando zarandeamos esas cortinas transparentes de engaño que cae desde lo alto sobre nuestros cuerpos, cuando se la descorre, cayéndose sola, y así los juicios y la cárcel y la justicia (aunque sea insuficiente, como lo máximo que se puede intentar para responder al dolor). Pero es incompleta si no rasgamos aquellas que parten del engaño propio, previamente imperioso, de que somos los actores que tenemos que tomar esas riendas cuando desde arriba no se mueve un dedo, y para ello nos dividimos casi por inercia (ideología, biografía, intereses, cultura, determinismo), tomando caminos diferentes para separar poderes y realizar una competición desechable, de la que el ganador, ya corrompido, apuntará las injusticias, habiéndose reducido el potencial desagradable de tanta furia acumulada, con magros logros. De esta manera ya venimos haciéndolo desde hace años, y sigue el dolor.

 
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