22.9.08

Un poco de gelatina no razonada


Si no cae la lluvia, si se rehúsa a caer
,
y el sol no brilla, ofuscado, entonces
no tengo lugar donde ir;
no pareces escucharme cuando te llamo,
a pesar de que conozco varios caminos,
muchos caminos,
ninguno se digna a llevarme a casa.

(...)

El pequeño hombre de ciudad, apenas visible, oscuro y de bordes di
fusos, recorre las calles buscando el objetivo de su vida, y también una persona que lo necesite. Todos somos ese personaje, todos los días. Todos queremos vernos reflejados en otro ser, nos levantamos día a día predispuestos a seguir el curso de lo que empezamos, pero cuando nos invade la angustia y masticamos apenas nuestra cotidianeidad, deseamos desaparecer en partículas por millones, invisibles, que, al fin y al cabo, es lo que nos compone. Del alma y el pensar separados, ni hablemos, porque discurrir sobre sustancia ya nos enfrenta a la finitud terrenal. Luego, desprovisto de lógica, reclamamos que nos tuesten los rayos solares y nos riegue el agua. El que pretende regresar a los bosques, ya está perdido, no sentirá la vida en todo su ancho, porque apenas los primeros segundos de vida fuera del árbol le fueron fatales. Pero por lo menos las aves le contestan y le miran. Es uno de varios caminos, de muchos de ellos, y puede ser su hogar. Debe allí planear su cabaña.


*claramente estoy influenciado por cierto trascendentalismo, y con algo de repulsión al cemento y a toda la racionalidad de nuestra historia, que tanto estoy estudiando. Bah, en realidad no tengo que explicar por qué escribo tal o cual cosa. Sólo que lo hago de a tirones, y no vuelvo atrás. Por eso no borro.

13.9.08

¡Dejame un tiro! (suave como la seda)

Las ganas de jugar al básquet empezaron cuando pequeño, una vez depositada aquella enorme pelota naranja n°7 "Spalding" ("firmada" por Scottie Pippen, todavía la tengo) en mis manos, para que aquél día soleado en el polideportivo de Ferro en Pontevedra yo lograra, después de miles de intentos, encestar 6 (seis) tiros. El aro, a 305 cms. de distancia del piso, y la red, sobre todo la red y el ruido que provocaba al entrar la pelota limpita, sin tocar los cilindros, me cautivaron. Debía tener entre 7 y 8 años. No me acuerdo de una sensación exultante, pero sí que había encontrado algo que me gustaba, que finalmente me entretenía. Todos debemos pasar por esa idea en algún momento, lo que produce gustito se nos puede presentar como uno de los tantos caminos a recorrer, y tomarlo como actividad nos meterá en una esfera de la vida que después veremos como inevitable.

Creo que puedo decir que siento pasión por este deporte. Por lo menos, nunca se ha desvanecido; siempre quise jugarlo. Recuerdo las primeras camisetas de la NBA que tuve. Primero fue una de Charles Barkley, cuando jugaba en los Suns. Inmediatamente ese equipo, Phoenix Suns, debía ser ser mi favorito. Yo ya me los conocía por la TV, los álbumes de figuritas y, más que nada, por la interacción con otros pibes que también jugaban al básquet en el club y llevaban sus camisetas. Pero al final esa musculosa me fue chica y tuve que cambiarla por otra, llegó a mí una de los Philadelphia 76ers, específicamente, la de un tal Shawn Bradley. ¡Cambio! Ahora sería de los Sixers de "Phila" -todavía "hincho" por ellos a la distancia y conservo la remera-, y ya me sentía identificado con ese Bradley. Grata sorpresa cuando me enteré de que Shawn era un pivot de 2.29 metros, y viendo su foto, comprendí que no había semejanza alguna entre mi juego y el suyo, el de un lungo demasiado flaco y falto de músculo, con aspecto de granjero. Obviamente, no me importaba: era una remera diferente a la del resto (todos con la de Jordan o Shaquille O'Neal) y de un equipo no muy ganador -siempre tuve esa tendencia a fijarme en los menos famosos, en lo no tan importante para la mayoría, en fin, en la contracultura si se quiere-, y con ella empecé a disfrutar del juego. De a poco lo fui acompañando con los primeros jueguitos electrónicos (el TECMO en el family game, el NBA Live ('98?) cada vez que podía ir a lo de mi tío y usar su compu, etc.), aquellas deliciosas finales por TV (Utah-Chicago, con la voz de Álvaro Martín, crecí con ese tipo y otros como Ernesto Jerez o Carlos Morales y sus tremendas frases) y hasta algunos libros que enseñan posiciones, tácticas y movimiento, y el reglamento oficial.

Ir a ver partidos de la Liga Nacional, con las estrellas ahí nomas del Etchart o el estadio de Obras, federarse y empezar a entrenar y defender los colores de un club, todo llevaba a tomarse cada vez más a pecho el deporte, al que ya le dedicaba varias horas en la semana. Los partidos bien temprano los domingos, las caravanas de autos y padres para encontrar los clubes perdidos por todo el Gran Buenos Aires, las camisetas y la elección de los números. Los viajes con mi viejo escuchando los primeros cassettes que me grababa con los discos iniciales de Los Beatles (imperecedero en mi mente el "It won't be long, yeah" como fondo de la autopista que pasaba por la ventana del asiento). Jaja, recuerdo cómo entrenadores y chicos no entendían como me gustaba esa música, y yo, chocho por eso. Y el esfuerzo de la familia, que se tomaba el día para verte jugar en, no sé, digamos, El Palomar. Ganar o perder, creo que he perdido más partidos en mi vida que ganados. Pero los buenos momentos ocurrieron en ambas circunstancias.

Pasaron los años, y muchas cosas en ellos. Viajes al interior (¡qué hermoso Olavarría, quiero volver!), conocidos, amigos, gente sobre la que todavía hacemos bromas, clubes y zonas oscuras del conurbano. Burocracias, aparatos, personajes. Lesiones y sufrimiento. Todo a través de algo como el básquet. Es uno de tantos mundillos que en esta realidad inabarcable existen. Y seguro que de la forma en que lo yo lo viví es irrepetible. El camino es muy propio.

Uno crece y asume nuevas responsabilidades. Mucho estudio, a trabajar de repente, a pensar en cosas nuevas. Dejé de jugar para un club determinado. Sin embargo, con los amigos siempre sale un partido, o nos desviamos para hablar de la liga o la NBA. Todos creemos que volveremos en cualquier momento a jugar, quizá no juntos, en un equipo. No niego esa posibilidad, pero ahora no podría.

Y me hace falta, necesito descargar la tensión, sacarme la mufa. Transpirar defendiendo toda la cancha. Meter un buen pase, o clavar un triple (escuchar el CHASSS!, ¡oh, la red!).
Pero todo eso conlleva un riesgo.

A eso iba.

Olvidé mencionar que aparte de esas responsabilidades (estudio, trabajo, etc), hay otro molesto motivo que no hace tan colgada esta intromisión de un pasatiempo con aires de nostalgia en este blog.

Simplemente, quien les escribe está bajoneado por un burdo esguince en el tobillo, y de repente se desvive por caminar y encontrar algo con que despejar la mente. Recuerda que el básquet precisamente lo ayuda en ese sentido, por lo que se resigna y opta por escribir sobre cómo llegó a disfrutarlo. Ahora se siente un poquito mejor. Gracias.

9.9.08

La culpa la tiene el hombre, solo (¿quién?)

El hombre protesta... ¿sólo? Ahora parece que todos salimos a la calle (por caso), que nos ha llegado la hora. Cuando no se hace nada, que lo entienda el puntero, el caudillo y sus peones, cuando no se hace nada sentados sobre la montaña de plata y formularios, la vena se hincha y quiere ser atendida. Solo no ocurre nada. Transporte, educación, trabajo, salud. Derechos, no regalos, como lo entendería el ciudadano Kane.

Podemos tomar las cosas que pasan en la realidad como objetivas, y sólo así pretender hacer ciencia de lo social. Análisis válidos, pero limitados, suponen que apenas un poco de subjetividad ya quiebra las posibilidades de la intelectualidad porque pierde de vista la materialidad que todo lo condiciona. Pero es insuficiente. Los va-y-vienen del poder, los amagues y guiños, los pactos, parecen esfumar toda esa base; cualquier personaje que allí resida, no importa su origen, está tramando algo. Y si solo no se desinfla, entre otros lo ayudan: la culpa la tiene siempre el hombre, solo.

Como canta José Larralde:


MANEA



Pa que decir lo que pienso, solo,
si naides piensa en lo mesmo, que otros.
Pa que alegar mis sentires,
me duele tener que hacerlo,
total al fin viá quedarme, solo.
El viento grita pa juera, solo,
los hombres gritan pa dentro, todo,
y si hay alguno que quiera
hacer lo mesmo que el viento,
verá que pronto se encuentra solo.
El hombre quiere gozarla, solo,
el hombre quiere que cinche otro.
Ninguno sienta verguenza,
ninguno culpe a ninguno,
la culpa la tiene el hombre, solo.
Pa que decir lo que pienso, solo,
si naides piensa en lo mesmo, que otro,
no ven que naides entiende,
que naides tiene verguenza,
el hombre gusta enterrarse, solo,
pa que alegar lo que pienso, solo...


Es tristemente corriente que lo que los ciudadanos, dentro de todo el mamotrético concepto de democracia, deben recibir, sea buscado día tras día, y así los años y los años. Con algunos hechos llamativos que marcan las épocas para que podamos recordarlas en nuestras discusiones, lo que subyace es el estar parado pidiendo, todos mendigos. Les dejamos a los líderes que se regodeen en la escena política, los seguimos con los flashes y los mares de tinta, y los perdemos de vista cuando asumen los cargos que generamos, los criticamos quizás desde el comienzo, pero sin que esa crítica forme parte de algo superador. Estamos esperando siempre un salvador entre lo que sabemos que es una madriguera de ineptos, francamente. Los que parecen que se salvan, jamás llegarán: los medios tan racionales los frenan en su carrera (sólo una tortuga allá por los '6o parecía verde honesta y su radicalidad fue degollada), y las masas, esas tan desdeñadas, no los verán. Clientelismo con los pobres: voto por pan; clientelismo "high": plata por puestitos. Ñoqui a ñoqui, todos en su salsa.

6.9.08

Una canción de cuna rusa

Una canción de cuna, rusa, sí. Russian Lullaby es el título de una canción de Irving Berlin (1888-1989) (¡!), compositor de origen ruso radicado en los EEUU. El tema se ha convertido en lo que se conoce como standards del jazz, sobre el que se apilan miles de versiones interpretadas por generaciones de músicos de todas partes.

La Historia es interpelada con sus propias versiones que indican que Berlin escribió esta canción como una muestra de -humilde- apoyo a la opresión del incipiente régimen stalinista en Rusia, alrededor de 1927. La madre que arropa a su bebé y le canta, el padre bigotudo que, aunque ausente, los sofoca, un llamado a la libertad que el observaba de su tierra "americana", apenas irrepetible y muy cerca de perderse. La libertad no es lugar para nadie, en esos años ni ahora, pero se le han cantado muchos lamentos. Al pequeño hijo no sólo lo preservaba del Coco, sino que lo escondía de otros sustos, de que se le impregnara un pensamiento fijo, un bálsamo de recetas para la vida. El Estado no tiene la misión teórica de evitar que sea un "aislado" y una amenaza para el orden social por ser un Ser que mira como el todo se mueve a su alrededor, él haciendo dedo. Quiere que, apretado junto a los demás, se roce con ellos y se sienta parte de un total soviético. Este es el plan máximo, que se manifestó en fracaso, y el bebé llora y desagua en el Volga, la madre meciendo, sonando la canción arrulladora.

Where the dreamy Volga flows
There's a lonely Russian Rose
Gazing tenderly
Down upon her knee
Where a baby's brown eyes glisten
Listen

Ev'ry night you'll hear her croon
A Russian lullaby

Just a little plaintive tune
When baby starts to cry

Rock-a-bye my baby
Somewhere there may be

A land that's free for you and me
And a Russian lullaby

La primera estrofa es frecuentemente omitida en las versiones que por ahí anduve escuchando. El inicio de la canción es más bien instrumental y arranca hablando de la noche gélida nórdica. Dí con ella a través de unas grabaciones de Oscar Alemán, talentosísimo guitarrista argentino swing, y posteriormente la escuché cantada también por un tal Jerry Garcia, puerta de acceso a mucha musicografía. A continuación dejo dos versiones para que la escuchen. (...)




P.P.



5.9.08

Cuatro notas acerca de E.A. Poe (va la primera)

Introducción

Vamos a echar aún más leña, señor. Al fuego todavía muy brillante que nos ha legado semejante espíritu de extrema sensibilidad y mente puntiaguda, a su majestuosa obra que nos pertenece, de la que nos apropiamos en todo momento, como debe ser.

(Y quizás toda aparición en la ciencia literaria no sea más que una forma de reconocer esas influencias, que implica tomar la lupa, rastrear palabra por palabra y lograr todo tipo de interpretaciones, ocupando cabezas y épocas. ¿Para qué? En lo personal, se me hace de mero entretenimiento, porque la utilidad en términos relativos y muy exigentes puede verse seriamente limitada. Algún juego intelectual, un regocijo por ver lo que ha visto un genio, en fin, un rescatable placer, que a todos atrae y que, al menos indirectamente, integra el espectro de los esfuerzos por penetrar y conocer el alma humana, cuando no sanearla de sus eternos demonios. Como lo que cada uno tenga para decir sobre determinado autor queda descartado porteoríacuando prima lo que le ha sido significativo para , sin importar que haya ocurrido o no en otros (aquí varios humanistas recelarán, me too), -sin abocarse a métodos que a la larga se repetirán, o a cánones literarios, crítica textual, simbologías, que aquí no se van a estudiar académicamente-, ello nos deja tranquilos para opinar lo que queramos).

Y así luego, tomarnos la libertad de reproducir una serie de notas sobre la obra de Edgar Allan Poe, escritas en 1954 por Lucía A. Z. De Sampietro para la revistaHumanidadesde la Universidad de La Plata, no concebidas –desde el nosotros- para ser adheridas al oficialismosi es que existe- en la materia; en cambio, para aportar enclaves desde donde admirar la inequívoca belleza de su arte.

Es muy probable, o casi cierto, sin embargo, que estasCuatro notas acerca de Edgar Allan Poe” hayan sido fruto de estudios exhaustivos, de cotejo con otras opiniones, de clasificaciones, comparaciones odiosas e imposiciones de ideologías. Con todo, no son anulables entre los fines: el contenido de estos lúcidos ensayos aprieta las manos entre conocimiento y gustito por lo que se estudia, y lo que nuestros corazones delatan al leer la obra del poeta bostoniano; como pude haber seleccionado estas notas (que obtuve revolviendo una austera y completita librería de barrio), podría haber sucedido con otras mientras no se perdieran en recetarnos lentes para apreciar el carácter universal de la obra. No hay interés en reafirmar su universalidad nuevamente, y por el resto de los tiempos, más que redescubriéndolo (estos casos de literatura universal a veces resultan inagotables, y nosotros demasiado pesados) a través de lecturas propias y ajenas, sintiendo que es allí donde flota lo que lo hace plausible de ser compartido por la humanidad, de este preciso instante (seguro que hay alguien por ahí leyendo El gato negro o El escarabajo de oro, por nombrar alguno).

Los logrostécnicosdel Poe escritor y filósofo, jamás serán desestimados, por el contrario, se ponderan y se convierten en los pilares de trascendencia para otros posteriores. Pero no deben ser tomados como las claves para explicar su preeminencia, su formidable efecto en los lectores de toda la historia. O al menos no aquí; nos aislamos de remisiones a las legitimaciones del mundillo académico, que buscan aislar a la vez el sentido común, del que precisan distinguirse, y simular que lo aclaran todo. Juguemos un poco con las propias percepciones, mezclemos con algunos puntos nuevos que cambien lo que veíamos antes, aceptándolos, o rechacémoslos por completo. Pasaron ya muchos años; a menos que la teoría universal de Eureka llegue a mostrarse en toda su dimensión algún día, no hay motivo para tomar su persona-obra con demasiada seriedad o como espacio político, sino como entretenimiento, universal, que se ha esparcido por tantas almas... ¡sin llegar a ver la teoría! (sigue...)

p.p.



Lucía A.Z. De Sampietro (

"Cuatro notas acerca de Edgar Allan Poe" (1954)

{ I }

Agonía y soledad

And all I loved, I loved alone

E. A. Poe

Al colocar este verso de Edgar Allan Poe como epígrafre de sus traducciones, Carlos Obligado está señalando ya la importancia capital que posee para la mejor comprensión y valoración de la obra y la vida del atormentado poeta americano.

En los versos de Alone, está prefigurado el carácter de los conflictos vitales que torturaron a este gran idealista, incomunicado y solitario, cuya palabra sonora, atravesando los tiempos, lleva su mensaje esencial a “estirpes no nacidas”.

Como el ángel Israfel, en las fibras de su corazón vibraba un laúd, y cada uno de sus cantos fue la transfiguración de un padecer.

Si alguien en la literatura americana merece el calificativo de agonista, con plena y etimológica verdad, ése es Edgar Allan Poe. Su vida fue una constante agonía, esto es, una constante lucha. En pugna desigual contra la sociedad y la época (no lo supieron comprender más que unos pocos), contra el destino siempre adverso, y consigo mismo, nada pudo –no obstante- apagar la llama luminosa de su genio, ni su pasión ardiente, ni desviarlo del camino del puro ideal –Verdad y Belleza- que buscaba su alma. Luchó y luchó solo; y cuando lo alcanzó la muerte, llegó a la “suprema soledad”, como la llamaba el gran Unamuno.

La primera parte de Alone es la más significativa. En una apretada síntesis, Poe nos da los caracteres de su soledad, desde la infancia. Pero su soledad proviene, más que nada, de sentirse, de saberse diferente a los demás. Ese sentimiento de extranjeridad, lo acompaña a través de toda su vida y va a reflejarse ineludiblemente en sus poemas y cuentos.

From childhood’s hour I have not been As others were; I have not seen As others saw; I could not bring My passions from a common spring. From the same source I have not taken My sorrow; I could not awaken My heart to joy at the same tone; And all I loved, I loved alone.

¿Qué causas influyeron para el desarrollo de un sentimiento tan poderoso, tan íntimo? Los biógrafos de Poe señalan la influencia decisiva de la muerte de su madre. Contaba menos de tres años de edad cuando quedó huérfano. En verdad, pocos recuerdos podía conservar, pero de un modo enfermizo, la imagen de Elisabeth Poe fue cobrando, en él, dimensiones extraordinarias. Edgar hizo de ella un ser ideal, un arquetipo de belleza física y espiritual, un canon para avalorar a todas las mujeres. Según Edmond Jaloux, Poe buscó a través de todos sus amores, el recuerdo de ese rostro de ojos extraños que se refleja en todas las heroínas de sus cuentos. Por otra parte, el tema de la muerte –el amor y la muerte van de la mano tanto en su vida como en su obra-, sería consecuencia directa de la muerte de su madre, que se repite a lo largo de su existencia, en la señora Allan, en Helen Stanard, y en Virginia. El mismo Jaloux ve una identidad casi absoluta entre la mirada terrible y dilatada de Elisabeth, (tal como aparece en el retrato conservado por su hijo) y la descripción de la mirada de Ligeia.

Quizá para huir de su soledad, buscó siempre y sucesivamente alguna mujer que iba a constituir algo así como una presencia tutelar –casi maternal-, un apoyo moral, afectivo. Necesitó como se necesita un elemento vital, una presencia femenina a quién amar.

Bajo otro aspecto, la crítica positivista ha ejercido una acción devastadora sobre la personalidad de Poe. Pese a ella, como poeta, se salva cabalmente para la posteridad. Si su figura humana no alcanza grandeza moral, quizá se deba a que sus facultades artísticas se desarrollaron exageradamente con detrimento de las otras. Dice Jung al respecto: “Dentro de él (del artista) luchan dos potencias: el hombre común y corriente, con su derecho a la dicha, a la satisfacción y a la seguridad de la vida, de una parte, y de otra la implacable pasión creadora que en ciertos casos le obliga a pisotear todos sus deseos personales. Esto es lo que explica porqué la vida personal de tantos y tantos artistas es tan poco satisfactoria e incluso trágica, no precisamente por imperio de un destino sombrío, sino por la subestimación de en que estos hombres tienen su personalidad humana. Rara vez nos encontramos con un hombre creador que no pague cara la centella divina de su gran inspiración” (...) “Lo humano se sacrifica y se desangra en el artista, no pocas veces, para alimentar la parte creadora hasta el punto que le obliga incluso a desarrollar malas cualidades, por ejemplo, un egoísmo simplista y despiadado (el llamado autoerotismo), la vanidad y todos los vicios imaginables, y todo ello para infundir al yo humano, por lo menos, un poco de energía vital y evitar que perezca completamente exhausto”. ([1])

Así, pues, no podemos juzgar su obra por su vida, ni considerarla como una contradicción de su ser más íntimo. Esa pura exterioridad en la cual se basaron muchos críticos para valorar a Poe, no basta para comprender al hombre y mucho menos al poeta. Como poeta, su creación es el resultado necesario e intransferible de una torturada y lúcida pasión, y de la potencia gigantesca de su pensamiento.

Su incoercible voluntad de grandeza se debatió contra el pragmatismo de su época y el credo positivista del siglo XVIII con sus doctrinas del éxito y del esfuerzo propio que tanto había preconizado Franklin, americano típico, verdadera antítesis del espiritualista autor de The Raven. Como dice Baudelaire, Poe était la bas un cerveau singulierement solitaire. ([2])

Pero el destino del genio es vivir en soledad. Sólo en el destierro la creación alcanza la más alta expresión, su nota más pura.

Cronológicamente, Poe pertenece al fecundo período que va desde 1830 a 1870 ([3]) -“época áurea”- en el que se destacan personalidades como Emerson, Thoreau, Hawthorne, Melville y Whitman, en el que tiene lugar el movimiento trascendentalista, que influyó tanto en la filosofía y en la literatura como en el orden religioso, político, social, etc.

Pero la referencia es solamente cronológica. En Poe se produce lo que Julius Petersen ha denominado acertadamente “escisión de la generación”, y “que radica en esa posición especial que se puede observar siempre, que excluye a algunos compañeros de edad, de la comunidad de la generación”([4]).

Él no está con ningún grupo. Si bien al comienzo de su carrera pareció acercarse al círculo dirigente de Boston, su carácter altanero y la causticidad de su crítica, suscitaron pronto enemistades y rencores que amargaron su existencia trágica y desolada.

Así, mientras podemos afirmar que su obra no refleja más que unilateralmente la época y el lugar en que vivió, su poesía –prosa y verso-, está plena de vivencias personales. Contados serán los poemas o cuentos en donde ellas no asomen o se manifiesten claramente. Los fondos personales de su obra constituyen a menudo la fuente primordial de donde surgen verdaderas joyas, tales como Ulalume, Annabel Lee, For Annie, William Wilson, y otras.

El sello de su ser, el que nos revela su auténtica mismidad espiritual, está inmerso, vívido, en la totalidad de su obra. Esto no quiere decir que podamos explicar taxativamente su poesía por los factores esencialmente personales que intervienen en ella, puesto que, como toda alta poesía, rebasa al artista creador, va mucho más lejos, trasciende los límites que circunscribían la creación.


[1] Psicología y Poesía, en Filosofía de la Ciencia Literaria, trad. de C. Silva, Fondo de Cultura Económica, México, 1946, págs. 349-350.

[2] Histoires Extraordinaires, Traduit d’Edgar Poe. París, Lemerre, s.f.

[3] Debemos considerar, sin embargo, con respecto a Poe, que vivió sólo hasta 1849.

[4] Las generaciones literarias, en Filosofía de la Ciencia Literaria, ed. cit., pág. 159.


Aclaración: A pesar de buscar activamente en internet, no tenemos a disposición mayor información sobre la autora y materiales similares de su propiedad, por lo que rogamos que si conocen algo más, se comuniquen con nosotros en seguida. Gracias!

 
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