(escrito hace casi dos años; esperando por la próxima)
I
Tengo ganas de volver a verte de cerca:
de recostarme sobre tu escarpado terciopelo atlante
Quemarás más que el sol mismo,
pero los pies los tendré sumergidos en fresca agua inquieta,
equilibrando el ardor interior
fustigado por los rayos que han esquivado
las hojas, quienes hicieron lo posible sombreando.
Suspiraré, y una calma tendrá que avenirse,
sí o sí, porque es lo que buscaba;
y aunque no exista,
mis facultades dirán que esas sensaciones están allí,
gozándome, y yo me dejaré fluir más que nunca.
La mente se verá alivianada y se oxigenará,
quizás con suerte intente
deshacerse de los malos tragos
y deje espacio para nuevas vasijas.
Los silencios de repente se harán oro;
los ojos cerrados superarán el umbral de la miopía
y recorrerán todos los recovecos verdes,
a sus habitantes que no cesan de jugar a las escondidas,
sabiendo que protegen grandes secretos.
Mientras, unos dedos pasean pastizales,
tranquilos, sin que nadie los corra
–tal vez algún amigo poco peligroso se suba a chusmear-,
y otros descansan barridos por la corriente,
olvidando cuánto cargan día a día.
II
Podrá avanzar la tarde,
que yo seguiré percibiendo maravillas a ciegas;
mas recuerdo que soy privilegiado y que poseo ese sentido,
dejo pasar la luz y me someto al alrededor,
sonriendo de vez en cuando.
Acuden a mí recuerdos vagos, poco reales
hasta donde pueda soportarlo.
Sacudo la cabeza,
no dejo que se me interpongan las preocupaciones,
y como respuesta, las otras especies me reclaman.
Les ofrezco mi atención,
que pende de un hilo, aunque a ellas les baste.
Claro, de allí su libertad,
su pasión desinteresada,
la lucha por sobrevivir que les es propia
(a nosotros sólo nos ha afectado en tanto retórica malsana),
su recelo.
En realidad nos siguen,
y nos admiran en tintes de odio y lástima,
por eso nos notan y siguen su camino,
no contestan a nuestro idioma.
Pero beben de las mismas aguas,
compartimos la vida, se merecen todo:
y encima reconocen, quisieran recordarnos
que primero debemos mirarnos entre los hombres,
lograr ciertas igualdades, por más vapuleadas,
para así después vivir,
como hacen ellas en todo momento,
en la plenitud verde.