Introducción
Vamos a echar aún más leña, sí señor. Al fuego todavía muy brillante que nos ha legado semejante espíritu de extrema sensibilidad y mente puntiaguda, a su majestuosa obra que nos pertenece, de la que nos apropiamos en todo momento, como debe ser.
(Y quizás toda aparición en la ciencia literaria no sea más que una forma de reconocer esas influencias, que implica tomar la lupa, rastrear palabra por palabra y lograr todo tipo de interpretaciones, ocupando cabezas y épocas. ¿Para qué? En lo personal, se me hace de mero entretenimiento, porque la utilidad en términos relativos y muy exigentes puede verse seriamente limitada. Algún juego intelectual, un regocijo por ver lo que ha visto un genio, en fin, un rescatable placer, que a todos atrae y que, al menos indirectamente, integra el espectro de los esfuerzos por penetrar y conocer el alma humana, cuando no sanearla de sus eternos demonios. Como lo que cada uno tenga para decir sobre determinado autor queda descartado por “teoría” cuando prima lo que le ha sido significativo para sí, sin importar que haya ocurrido o no en otros (aquí varios humanistas recelarán, me too), -sin abocarse a métodos que a la larga se repetirán, o a cánones literarios, crítica textual, simbologías, que aquí no se van a estudiar académicamente-, ello nos deja tranquilos para opinar lo que queramos).
Y así luego, tomarnos la libertad de reproducir una serie de notas sobre la obra de Edgar Allan Poe, escritas en 1954 por Lucía A. Z. De Sampietro para la revista “Humanidades” de la Universidad de La Plata, no concebidas –desde el nosotros- para ser adheridas al oficialismo –si es que existe- en la materia; en cambio, sí para aportar enclaves desde donde admirar la inequívoca belleza de su arte.
Es muy probable, o casi cierto, sin embargo, que estas “Cuatro notas acerca de Edgar Allan Poe” hayan sido fruto de estudios exhaustivos, de cotejo con otras opiniones, de clasificaciones, comparaciones odiosas e imposiciones de ideologías. Con todo, no son anulables entre sí los fines: el contenido de estos lúcidos ensayos aprieta las manos entre conocimiento y gustito por lo que se estudia, y lo que nuestros corazones delatan al leer la obra del poeta bostoniano; como pude haber seleccionado estas notas (que obtuve revolviendo una austera y completita librería de barrio), podría haber sucedido con otras mientras no se perdieran en recetarnos lentes para apreciar el carácter universal de la obra. No hay interés en reafirmar su universalidad nuevamente, y por el resto de los tiempos, más que redescubriéndolo (estos casos de literatura universal a veces resultan inagotables, y nosotros demasiado pesados) a través de lecturas propias y ajenas, sintiendo que es allí donde flota lo que lo hace plausible de ser compartido por la humanidad, de este preciso instante (seguro que hay alguien por ahí leyendo El gato negro o El escarabajo de oro, por nombrar alguno).
Los logros “técnicos” del Poe escritor y filósofo, jamás serán desestimados, por el contrario, se ponderan y se convierten en los pilares de trascendencia para otros posteriores. Pero no deben ser tomados como las claves para explicar su preeminencia, su formidable efecto en los lectores de toda la historia. O al menos no aquí; nos aislamos de remisiones a las legitimaciones del mundillo académico, que buscan aislar a la vez el sentido común, del que precisan distinguirse, y simular que lo aclaran todo. Juguemos un poco con las propias percepciones, mezclemos con algunos puntos nuevos que cambien lo que veíamos antes, aceptándolos, o rechacémoslos por completo. Pasaron ya muchos años; a menos que la teoría universal de Eureka llegue a mostrarse en toda su dimensión algún día, no hay motivo para tomar su persona-obra con demasiada seriedad o como espacio político, sino como entretenimiento, universal, que se ha esparcido por tantas almas... ¡sin llegar a ver la teoría! (sigue...)
p.p.
Lucía A.Z. De Sampietro (
"Cuatro notas acerca de Edgar Allan Poe" (1954)
{ I }
Agonía y soledad
And all I loved, I loved alone
E. A. Poe
Al colocar este verso de Edgar Allan Poe como epígrafre de sus traducciones, Carlos Obligado está señalando ya la importancia capital que posee para la mejor comprensión y valoración de la obra y la vida del atormentado poeta americano.
En los versos de Alone, está prefigurado el carácter de los conflictos vitales que torturaron a este gran idealista, incomunicado y solitario, cuya palabra sonora, atravesando los tiempos, lleva su mensaje esencial a “estirpes no nacidas”.
Como el ángel Israfel, en las fibras de su corazón vibraba un laúd, y cada uno de sus cantos fue la transfiguración de un padecer.
Si alguien en la literatura americana merece el calificativo de agonista, con plena y etimológica verdad, ése es Edgar Allan Poe. Su vida fue una constante agonía, esto es, una constante lucha. En pugna desigual contra la sociedad y la época (no lo supieron comprender más que unos pocos), contra el destino siempre adverso, y consigo mismo, nada pudo –no obstante- apagar la llama luminosa de su genio, ni su pasión ardiente, ni desviarlo del camino del puro ideal –Verdad y Belleza- que buscaba su alma. Luchó y luchó solo; y cuando lo alcanzó la muerte, llegó a la “suprema soledad”, como la llamaba el gran Unamuno.
La primera parte de Alone es la más significativa. En una apretada síntesis, Poe nos da los caracteres de su soledad, desde la infancia. Pero su soledad proviene, más que nada, de sentirse, de saberse diferente a los demás. Ese sentimiento de extranjeridad, lo acompaña a través de toda su vida y va a reflejarse ineludiblemente en sus poemas y cuentos.
From childhood’s hour I have not been As others were; I have not seen As others saw; I could not bring My passions from a common spring. From the same source I have not taken My sorrow; I could not awaken My heart to joy at the same tone; And all I loved, I loved alone.
¿Qué causas influyeron para el desarrollo de un sentimiento tan poderoso, tan íntimo? Los biógrafos de Poe señalan la influencia decisiva de la muerte de su madre. Contaba menos de tres años de edad cuando quedó huérfano. En verdad, pocos recuerdos podía conservar, pero de un modo enfermizo, la imagen de Elisabeth Poe fue cobrando, en él, dimensiones extraordinarias. Edgar hizo de ella un ser ideal, un arquetipo de belleza física y espiritual, un canon para avalorar a todas las mujeres. Según Edmond Jaloux, Poe buscó a través de todos sus amores, el recuerdo de ese rostro de ojos extraños que se refleja en todas las heroínas de sus cuentos. Por otra parte, el tema de la muerte –el amor y la muerte van de la mano tanto en su vida como en su obra-, sería consecuencia directa de la muerte de su madre, que se repite a lo largo de su existencia, en la señora Allan, en Helen Stanard, y en Virginia. El mismo Jaloux ve una identidad casi absoluta entre la mirada terrible y dilatada de Elisabeth, (tal como aparece en el retrato conservado por su hijo) y la descripción de la mirada de Ligeia.
Quizá para huir de su soledad, buscó siempre y sucesivamente alguna mujer que iba a constituir algo así como una presencia tutelar –casi maternal-, un apoyo moral, afectivo. Necesitó como se necesita un elemento vital, una presencia femenina a quién amar.
Bajo otro aspecto, la crítica positivista ha ejercido una acción devastadora sobre la personalidad de Poe. Pese a ella, como poeta, se salva cabalmente para la posteridad. Si su figura humana no alcanza grandeza moral, quizá se deba a que sus facultades artísticas se desarrollaron exageradamente con detrimento de las otras. Dice Jung al respecto: “Dentro de él (del artista) luchan dos potencias: el hombre común y corriente, con su derecho a la dicha, a la satisfacción y a la seguridad de la vida, de una parte, y de otra la implacable pasión creadora que en ciertos casos le obliga a pisotear todos sus deseos personales. Esto es lo que explica porqué la vida personal de tantos y tantos artistas es tan poco satisfactoria e incluso trágica, no precisamente por imperio de un destino sombrío, sino por la subestimación de en que estos hombres tienen su personalidad humana. Rara vez nos encontramos con un hombre creador que no pague cara la centella divina de su gran inspiración” (...) “Lo humano se sacrifica y se desangra en el artista, no pocas veces, para alimentar la parte creadora hasta el punto que le obliga incluso a desarrollar malas cualidades, por ejemplo, un egoísmo simplista y despiadado (el llamado autoerotismo), la vanidad y todos los vicios imaginables, y todo ello para infundir al yo humano, por lo menos, un poco de energía vital y evitar que perezca completamente exhausto”. ([1])
Así, pues, no podemos juzgar su obra por su vida, ni considerarla como una contradicción de su ser más íntimo. Esa pura exterioridad en la cual se basaron muchos críticos para valorar a Poe, no basta para comprender al hombre y mucho menos al poeta. Como poeta, su creación es el resultado necesario e intransferible de una torturada y lúcida pasión, y de la potencia gigantesca de su pensamiento.
Su incoercible voluntad de grandeza se debatió contra el pragmatismo de su época y el credo positivista del siglo XVIII con sus doctrinas del éxito y del esfuerzo propio que tanto había preconizado Franklin, americano típico, verdadera antítesis del espiritualista autor de The Raven. Como dice Baudelaire, Poe était la bas un cerveau singulierement solitaire. ([2])
Pero el destino del genio es vivir en soledad. Sólo en el destierro la creación alcanza la más alta expresión, su nota más pura.
Cronológicamente, Poe pertenece al fecundo período que va desde 1830 a 1870 ([3]) -“época áurea”- en el que se destacan personalidades como Emerson, Thoreau, Hawthorne, Melville y Whitman, en el que tiene lugar el movimiento trascendentalista, que influyó tanto en la filosofía y en la literatura como en el orden religioso, político, social, etc.
Pero la referencia es solamente cronológica. En Poe se produce lo que Julius Petersen ha denominado acertadamente “escisión de la generación”, y “que radica en esa posición especial que se puede observar siempre, que excluye a algunos compañeros de edad, de la comunidad de la generación”([4]).
Él no está con ningún grupo. Si bien al comienzo de su carrera pareció acercarse al círculo dirigente de Boston, su carácter altanero y la causticidad de su crítica, suscitaron pronto enemistades y rencores que amargaron su existencia trágica y desolada.
Así, mientras podemos afirmar que su obra no refleja más que unilateralmente la época y el lugar en que vivió, su poesía –prosa y verso-, está plena de vivencias personales. Contados serán los poemas o cuentos en donde ellas no asomen o se manifiesten claramente. Los fondos personales de su obra constituyen a menudo la fuente primordial de donde surgen verdaderas joyas, tales como Ulalume, Annabel Lee, For Annie, William Wilson, y otras.
El sello de su ser, el que nos revela su auténtica mismidad espiritual, está inmerso, vívido, en la totalidad de su obra. Esto no quiere decir que podamos explicar taxativamente su poesía por los factores esencialmente personales que intervienen en ella, puesto que, como toda alta poesía, rebasa al artista creador, va mucho más lejos, trasciende los límites que circunscribían la creación.
[1] Psicología y Poesía, en Filosofía de la Ciencia Literaria, trad. de C. Silva, Fondo de Cultura Económica, México, 1946, págs. 349-350.
[4] Las generaciones literarias, en Filosofía de la Ciencia Literaria, ed. cit., pág. 159.
Aclaración: A pesar de buscar activamente en internet, no tenemos a disposición mayor información sobre la autora y materiales similares de su propiedad, por lo que rogamos que si conocen algo más, se comuniquen con nosotros en seguida. Gracias!
0 comentarios:
Publicar un comentario